El pasado domingo en el Camp Nou se vivió un episodio en el que participaron de la mano la política o el fútbol, o mejor dicho, la política se benefició de la repercusión mediática de una competición deportiva para utilizarla como altavoz de su mensaje. En esta ocasión, los políticos catalanes, con el asentimiento de los dirigentes del F.C. Barcelona, encabezados por su presidente Sandro Rosell, utilizaron la trascendencia de un Barça-Real Madrid para pedir la independencia de Cataluña.
También es cierto que este acto fue magnificado por parte de los medios de comunicación, como si fuese la primera vez en la que en un estadio confluían política y deporte, cuando la historia está llena de ejemplos de las veces en las que la política ha utilizado acontecimientos deportivos relevantes para ponerlos al servicio de sus intereses.
La mayor cita del deporte a nivel mundial se produce cada cuatro años con la celebración de los Juegos Olímpicos, muchas de cuyas ediciones también estuvieron salpicadas de decisiones políticas que acabaron influyendo en su desarrollo.
Así los JJ.OO. de Berlín’36 fueron unos juegos polémicos por la presencia de Hitler, aunque le habían sido concedidos a Alemania en el año 1931, más de una año antes de que el führer accediese al poder. Famoso fue el desplante que el gobierno alemán dispensó a Jesse Owens, atleta americano de raza negra que fue la estrella de los Juegos, aunque posteriormente en sus memorias confesó que lo que de verdad le había dolido fue que Roosevelt no le recibió en la Casa Blanca, al estar en vísperas de elecciones y necesitar el voto de los electores de los estados del sur. Destacar también que España, por motivos políticos, boicoteó y no participó en estos Juegos.
Ahora bien, para boicots, el sufrido en los JJ.OO. de Moscú’80. En plena guerra fría, y tras la invasión de Afganistán por parte de ejército de la Unión Soviética, Estados Unidos decidió boicotearlos, a solo seis meses de su inicio, con la amenaza por parte del presidente Carter de revocar el pasaporte a los atletas norteamericanos que participasen. Sesenta y cinco países, como los aliados americanos Alemania Occidental, Canadá y Japón, se sumaron al boicot, así como la República Popular China, enemistada con la URSS. Otros países, entre ellos Gran Bretaña, Australia, Francia o España, apoyaron el boicot, pero aún así estuvieron en los juegos, aunque bajo la bandera olímpica o bajo la bandera de su respectivo comité olímpico.
Cuatro años más tarde, en Los Ángeles’84, catorce países del bloque del éste, liderados por la Unión Soviética, devolvieron el boicot, destacando las ausencias de los atletas de Alemania Oriental y Bulgaria.
Y, por supuesto, el plano doméstico y balompédico también está salpicado de constantes encuentros y desencuentros entre el fútbol y la política. Así el inefable Jesús Gil, implicado en incontables causas judiciales, llegó a declarar ante el juez que “como trabajaba en una única mesa despacho, en la que atendía asuntos del Atlético de Madrid, del Ayuntamiento de Marbella y sus negocios particulares, podría ser que, en alguna ocasión, se hubiesen entremezclado los papeles de unos asuntos con otros”… sencillamente delirante.
Otro hervidero en el que el poder político, económico y financiero se ha servido del fútbol, y viceversa, es el palco del Santiago Bernabéu. Y no hace falta irnos a los tiempos en los que presidía el club el hombre que da nombre al estadio, y en el que se celebraban constantes actos de enaltecimiento y adhesión al régimen de la época. En los últimos años, es sabido que trascendentes decisiones políticas y financieras se han tomado en dicho antepalco entre copas y canapés, ya que tanto políticos de todas las tendencias como los empresarios más poderosos son visitantes asiduos a dicho palco. Así, lo normal es ver a Florentino Pérez rodeado de caras conocidas, como Aznar, Rubalcaba, Bermejo, Rato, Blesa, Del Rivero, Villar Mir…
También es muy curioso comprobar como los políticos de turno se suman como auténticos forofos a cualquier celebración deportiva. Tras las victorias este año del Real Madrid en la liga y del Atlético de Madrid en la Europa League resultó muy chusco ver a Esperanza Aguirre y a Ana Botella dando saltitos y emitiendo grititos embutidas en las camisetas de los dos equipos de la capital… el ridículo no importa si a cambio se consiguen un puñado de votos.
Como destacado desencuentro, hay que recordar el desplante que sufrió el Príncipe de Asturias en la última final de la Copa del Rey de fútbol. Y no me refiero a los silbidos emitidos por numerosos aficionados mientras sonaba el himno español, que apenas duraron 10-15 segundos según relaté en un post publicado en el blog Bajarla al pasto, sino a la ausencia de la Presidenta de la Comunidad Autónoma de Madrid, una de las anfitrionas del evento, y a la negativa por parte de Florentino Pérez de ceder el estadio del Real Madrid para la disputa de dicho partido, alegando una inaplazable reforma de sus retretes (esperemos que fuesen los de todas las localidades, no sólo la de los situados en el palco que albergatan insignes traseros como los anteriormente relacionados).
Particularmente, me molesta que los gobernantes se aprovechen de los acontecimientos deportivos para transmitir sus mensajes, sean del signo que sean, y me desagrada que los dirigentes deportivos se bajen los pantaloncitos por la media pierna ante el poder y se presten a servir de altavoces de las intenciones de los mandamases del momento. Pero, por desgracia, ya sabemos que los tentáculos de la política llegan a todas partes y, lo malo, es que generan tensiones innecesarias que, en el caso que nos ocupa, no tienen nada que ver ni con el deporte en general ni con el fútbol en particular.
Porque, seguro que están conmigo, pocos placeres hay en la vida más intensos que sentarse cómodamente, servirse una copa con dos cubitos y disfrutar de un buen partido de fútbol o de cualquier otro acontecimiento deportivo.