¿Se os ocurre alguna forma mejor de despedir del año que corriendo una San Silvestre? ¡A mí tampoco!
Por diversos motivos – principalmente alguna inoportuna lesión, unido a la desidia y al aumento de tonelaje – 2015 ha sido un año intrascendente en mi historia personal como runner. Pero, a pesar de no haber entrenado y de no estar en mi mejor forma física, corrí un año más la San Silvestre coruñesa.
La preparación fue, más o menos, como la de años anteriores. Aperitivo familiar en O’Bo atizándole a la cerveza y al pulpo, y comida en el Culuca regada con más cervecitas para ir bien hidratado. Y a las 17:00h preparado en el Obelisco para tomar la salida acompañado de otros 3.000 corredores, muchos de ellos disfrazados y ataviados con motivos navideños, con los que recorrí casi ocho kilómetros por varias de las zonas más emblemáticas de mi ciudad: salimos hacia la Plaza de Mina, Juana de Vega, Plaza de Pontevedra para coger el paseo marítimo en dirección a la Torre de Hércules; bajamos a Adormideras para subir y volver a salir al paseo hasta la altura de la Hípica, donde nos desviamos para entrar en la Cuidad Vieja, pasando por la Colegiata, Plaza de Azcárraga e iglesia de Santiago y entrar en la meta situada en una Plaza de María Pita abarrotada de público. Todo un lujo para un corredor aficionado como yo.
Correr una San Silvestre rodeado de familiares y amigos es una experiencia que recomiendo a todo el mundo. Es una forma sana y divertida de despedir el año en un ambiente deportivo y distendido. Y al acabar la carrera, sesión de fotos con otros participantes, antes de volver a casa para, tras una buena ducha, ponerme guapo para recibir al nuevo año bailando toda la noche y tomando muchas copas con dos cubitos.