Confieso que no he podido – y, no les voy a mentir, ni he querido, ni me lo planteado – seguir en su totalidad el debate sobre el estado de la nación que se ha celebrado en estos días. Pero sí que he estado atento a las noticias, a la prensa y a las redes sociales, con lo que me ha servido para formarme una opinión sobre lo sucecido y que resumo en estos cinco flashes:
1. Catorce intervenciones de catorce portavoces de catorce formaciones políticas. Seguro que la variedad enriquece, aunque en ocasiones se corre el peligro de convertir el Parlamento en una grillera. En estos momentos, en el Congreso hay dos grupos mayoritarios – PP y PSOE – con vocación de gobierno y los otros doce van «a hablar de su libro».
2. Las encuestas pronostican unos resultados en los que, de cumplirse, los posibles pactos de gobierno deberán hacerse en función de dos fuerzas políticas – Podemos y Ciudadanos – que no tienen representación parlamentaria y que, por lo tanto, no han podido intervenir en el debate. Pero sí han sido capaces de trasladar dicho debate a la calle y a las redes sociales.
3. Me llamó poderosamente la atención asistir a turnos de contrarréplica leyendo papeles. Eso quiere decir dos cosas: o que saben lo que les van a responder y ya llevan preparada su intervención, o que – y es lo que me temo – les da igual lo que intenten rebatirles porque se van a limitar a soltar otro discurso, en formato rollo macabeo. Si esto es así, el parlamento podría pasar a llamarse ‘lectódromo’.
4. Unido al punto anterior, es lamentable comprobar el bajo nivel que tienen nuestros políticos como oradores. Unos se limitan a soltar una batería de datos difícilmente comprobables por los ciudadanos de la calle y otros aprovechan la tribuna para lanzar sus soflamas sin la más mínima línea argumental. ¿Se imaginan un parlamento con un sistema de participación más ágil, con propuestas, réplicas e intervenciones cruzadas?
5. Increíble, imperdonable, vergonzoso, insultante, bochornoso… y así podría seguir para calificar el comportamiento de la presidenta en funciones del Congreso jugando al archiconocido Candy Crash, puesto clave durante el debate ya que tiene las tareas, entre otras muchas, de velar por el correcto funcionamiento del mismo, dando la palabra, cortando las intervenciones o amonestando algún comportamiento inadecuado. Y, para tomar esas trascendetes decisiones, se supone que deber estar más atenta que nadie a todo lo que sucede en el hemiciclo. Pero, si vergonzoso fue su comportamiento, más sonrojante resulta que Celia Villalobos continúe en su puesto.