La semana pasada el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, aseguró que «la crisis ya es historia del pasado». Historia del pasado… coño, ¿es que cómo podría ser historia del presente o del futuro, Don Mariano? Pero bueno, al margen de esa (im)precisión lingüística, no parece el mensaje más oportuno cuando la tasa del paro sigue estando por encima del 20%, los salarios siguen creciendo – cuando no congelados – por debajo de la inflación, muchas empresas tiene EREs en marcha y el poco empleo que se genera es temporal y con unos sueldos irrisorios.
Probablemente haya indicadores que nos digan que lo peor de la crisis ha pasado, pero está claro que esos síntomas de recuperación no han llegado al bolsillo de todos los españolitos de a pie. Sí que es cierto que se ve más movimiento en los comercios, que en algúnas calles de nuestras ciudades se empiezan a abrir negocios en locales que llevaban años cerrados y que la hostelería está repuntando. ¿Es suficiente para lanzar las campanas al vuelo?
Pero no es menos cierto que es cuando menos una insesatez pronunciar esa frasecita en el momento en el que, por ejemplo, las factorías de Alcoa en La Coruña y en Avilés están a punto de echar el cierre, dejando en la calle a más de 1.000 familias a la vuelta de las fiestas navideñas. Y pongo este ejemplo porque como coruñés me duele particularmente esta situación. En una ciudad como la mía, todos tenemos algún familiar, amigo, vecino o conocido que trabaja en una empresa como Alcoa y que me puedo imaginar la indignación que habrán sentido al escuchar la frasecita de marras.
Lo curioso es que en esa misma intervención el Sr. Rajoy afirmó que “no es el momento de frivolidades, ni de ocurrencias ni de eslóganes”. Pues permítame que le diga que la duda que tengo es en qué supuesto de esos tres (frivolidades, ocurrencias, eslóganes) catalogar su triunfalista frase de «la crisis ya es historia del pasado».
Para terminar, no sabe lo que desearía que usted tuviese razón y que la crisis ya fuese historia. Y lo mejor que podría hacer usted para convencerme sería coger por una orejita a su ministro de Industria, encerrarlo con los mandamases de la multinacional norteamericana Alcoa, y no dejarles salir hasta que llegasen a un acuerdo. A partir de ese momento, a lo mejor podríamos empezar a hacerle una pedorreta a la crisis.