Los diabólicos desayunos buffet de los hoteles

Cuando uno organiza un viajecito y el hotel amablemente nos confirma que la tarifa que nos ofrecen incluye el desayuno buffet, experimentamos una desbordante e injustificada sensación de alegría como si el resto de los días del año no desayunásemos.

Pero si nos paramos a analizar la metralla que nos atizan en dichos desayunos, probablemente cambiase nuestra opinión. Porque, ¿quién en su sano juicio es capaz de meterse en el cuerpo a primera hora de la mañana una cantidad de alimentos que bien podrían alimentar a una cuadrilla de albañiles?

En un desayuno buffet que se precie no podrán faltar café, leche (entera, semi, desnatada y ese vomitivo llamado leche de soja), infusiones inverosímiles, cacao en polvo, galletas, bizcochos, bollería industrial, cruasanes, donuts, cereales variados… perdón, porque el temita del café se merece un apunte: normalmente está presentado en un artefacto metálico de grandes dimensiones provisto con un pitorrito y cada uno se lo sirve en su taza. El misterio radica en qué demonios vuelcan en ese artilugio, porque café, lo que entendemos como café, les aseguro que no es; pero, curiosamente, al contrario de lo que hacemos a diario en nuestras casas, la mayoría tomamos una segunda taza… aunque nos repugne y lo hagamos entre arcadas. En su favor, y así la experiencia lo demuestra, es que tiene un efecto laxante inmediato, cosa que se agradece cuando uno sale de su casa y tiene problemas de tránsito intestinal.

Otro apartado destacado es el de los huevos, del que confieso que soy un apasionado consumidor, siempre que no falten esa tortilla de patata que está demostrado que, si se cae al suelo, rebota; esos huevos fritos apelmazados y, por supuesto, la tan celebrada papilla de huevos revueltos. Y, en cualquiera de estas modalidades, es obligatorio acompañarlos por bacon o chorizo frito, por lo que en una sentada nos habremos metido en el cuerpo una cantidad de colesterol del que tardaremos varios meses en desprendernos.

Las fuentes de fiambres y embutidos también cuentan con un gran número de seguidores, aunque se puede afirmar que no están comprados en ninguna tienda del gourmet. Es más, casi me atrevería a asegurar que ninguno proviene del cerdo porque el color del jamón, del chorizo y del salchichón suele ser bastante sospechoso. Y qué decir del salami… he visto a gente que en su vida lo había probado comerlo con tal fruición como si hubiesen anunciado que el fin del mundo estaba al caer.

Pero lo que realmente tiene contentos a los inspectores de la Organización Mundial de la Salud es el asuntito del consumo de fruta, porque hay que reconocer que no hay quien se resista a tomarla cuando te la presentan peladita, cortadita y sin pepitas. En cambio la sección de los zumos deja mucho que desear, a no ser que uno se contente con tomar algo fresquito, aunque con un ligero sabor a jarabe.

Con todos estos ingredientes, comprobamos que lo que podía ser uno de los momentos más agradables del día se convierte en un auténtico martirio, porque siempre es una mala opción anteponer la cantidad ante la calidad. Y, además, es un suplicio pelearte cuerpo a cuerpo con un montón de muertos de hambre que no dudan en meter los codos para hacerse sitio en cuanto sospechan que se están acabando alguno de los supuestos manjares.

Como a esas horas del día no es conveniente tomarse una copa, les recomiendo que, cuando vuelvan a estar en un hotel disfrutando de un desayuno buffet, se sienten cómodamente a una distancia prudencial del ajetreo, se sirvan un zumo con dos cubitos (da igual que se les agüe un poco mas) y disfruten del espectáculo… aunque ese día salgan a la calle sin desayunar.

10 comentarios en “Los diabólicos desayunos buffet de los hoteles

  1. Alex, es reseñable también el estrés que provoca el despertarte justo en la hora en la que se acaba el desayuno. Dramático ese trayecto desde que sales de la habitación sin duchar, entras en el comedor sin cruzar la mirada con nadie que te pueda decir: «Lo siento, Está cerrado. Pero la cafetería está abierta». Y llegar a ponerte un café. Si te lo sirves automáticamente estás salvado. Y ahí, cuando te relajas, empiezas a descubrir que el jamón se ha acabado, los «croisant» también, la fruta nada sobre un aguilla sospechosa y el «café» ha prescrito. Pero bueno, está incluido.

    • Buf, la situación que describes es tremenda… llegar al buffet despeinado, con las legañas puestas, oliendo a mono y con la camisa bien arrugada es bastante patético… vamos, que si te dejan sin desayunar sería comprensible que a alguno se le cruzasen los cables y se liase a apuñalar comensales!!!

  2. Lo malo es que al final siempre «picas» y te metes un desayuno que te deja «tirado» el resto de la mañana, con el estomago hecho polvo y ese regusto del zumo que no te lo sacas en todo el día.
    Lo mejor es ir a la cafeteria de la esquina, tomarte el café con un par de churros, y te ahorras esa pesadez de estomago y, evidentemente, unos buenos euros.
    Por cierto, también hay gente que se prepara un pick-nick, se lo meten en el bolso y le sirve de «tentempié» para el viaje. Bueno, eso dicen.

  3. Amigo Alex, que quieres que te diga, yo es que la gozo en esos «desayuno-romería buffets», los codazos por los últimos buñuelos calientes, los gritos histéricos de los niños cuando el camarero saca una nueva bandeja de huevos fritos, el concurso del plato con más pisos de comida, las caras de póker de los que están guardando los bocatas en las bolsas de playa, todo un circo.
    Viaje que se organiza en mi casa, da igual si el hotel está a pié de playa, sea urbano o de montaña; no puede faltar el deseado desayuno buffet.

  4. Tenéis mucha razón, los bufetts «incluidos» son una mezcla de experiencia religiosa y reality-show. Los «no incluidos» yaaaa son otra cosita, más civilizados y la verdad, algo caros. A mi, siempre que haya jamoncito (aunque no sea exquisito), salmón, tomate, frutas, yogures y variedad de panes y quesos (lo siento por el blogmaster) me vale para hacer un desayuno a su sitio. Bueno, me valía, porque ahora no me queda otra que hacer restricciones, al menos, lácteas.
    Y, de entre el elenco de horrores gastronómicos, considero el namberguán esos inefables beans, tan frecuentes en hoteles playeros donde abunda el guiri, navegando en un líquido marronoso y olor indefinible, por no hablar de su aspecto, que todos sabemos a qué nos recuerda. ¿Quién en su sano juicio se toma eso para desayunar?. Invitan al ayuno ermitaño.

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